ORO

Fort Knox: el cofre de los cofres

14 de octubre, 2025

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“El santuario dorado de América”

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Hay un lugar en el mundo donde el oro no brilla al sol, ni se exhibe en vitrinas de museo, ni mucho menos se compra a pie de calle. Está escondido, vigilado, blindado y casi mitificado: se llama Fort Knox, y para muchos inversores es la imagen viva de la seguridad absoluta.

Imagínate Kentucky, en el corazón de Estados Unidos. Allí, rodeado de verdes praderas y bases militares, se levanta este depósito que parece sacado del cine de atracos imposibles. No es casualidad que las películas de James Bond u otras de Hollywood usen a Fort Knox como sinónimo de “tesoro intocable”. Y es que su nombre se ha convertido en una metáfora: cuando alguien dice “tan seguro como Fort Knox”, no está exagerando.

Un poco de historia

Fort Knox nació en plena época de incertidumbre, a mediados de la década de 1930, cuando Estados Unidos decidió que necesitaba un santuario para su oro. Hasta entonces, buena parte de las reservas estaban dispersas en ciudades como Nueva York o Filadelfia, demasiado expuestas a posibles ataques en tiempos convulsos. Así que, en 1936, el Departamento del Tesoro levantó este búnker de granito, acero y hormigón reforzado en medio de una base militar. En 1937 llegaron los primeros cargamentos de lingotes, trasladados con operaciones secretas en trenes y camiones custodiados como si fueran caravanas medievales de tesoros. Para 1941, el grueso del oro estadounidense ya descansaba bajo tierra en Kentucky.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Fort Knox no solo fue el guardián del oro. Allí se escondieron joyas de la historia de Estados Unidos como la Constitución, la Declaración de Independencia o incluso las joyas de la corona húngara. No porque el Tesoro necesitara hacer espacio, sino porque, si había un sitio donde nada podía perderse, ése era Fort Knox.

Lo que guarda hoy el gran cofre

Hoy, Fort Knox sigue cumpliendo la misma misión: ser la caja fuerte de Estados Unidos. Dentro de sus cámaras blindadas se apilan millones de lingotes de oro, organizados en estanterías como si fueran ladrillos de un muro indestructible. Oficialmente, hablamos de más de 147 millones de onzas troy, lo que significa que más de la mitad del oro de todo el país está concentrado allí.

Para quien invierte, esta cifra es más que un número. Es un recordatorio de que, detrás de la deuda, de los bonos, de la impresión de billetes, existe un activo físico, tangible, que respalda la confianza. Si multiplicáramos ese oro por el precio de mercado actual —cercano a los 3.800 dólares por onza—, nos daría un valor de más de medio billón de dólares. Medio billón encerrado en un edificio sin ventanas, en una bóveda cuya puerta pesa más que un camión.

Aunque el oro es la estrella, a lo largo de la historia han pasado por allí otros tesoros, desde documentos históricos hasta reliquias extranjeras. Hoy, sin embargo, lo que descansa bajo las colinas de Kentucky es casi en su totalidad oro, en su forma más pura y silenciosa.

¿Quién lo cuida?

La custodia de este tesoro no recae en un solo par de manos. El dueño legal es el Departamento del Tesoro, la administración la lleva la Casa de la Moneda de Estados Unidos (United States Mint) y la vigilancia es tarea de la U.S. Mint Police, un cuerpo federal especializado que trabaja codo a codo con la presencia militar de la base. Nadie tiene acceso total: las combinaciones que abren las bóvedas están divididas entre varios responsables, de modo que ni siquiera el director del depósito podría entrar por sí solo.

Todo funciona en cadena, como una orquesta en la que cada instrumento aporta su nota, pero nadie tiene la partitura completa.

Arquitectura de un mito

El edificio en sí es imponente. Sus paredes de granito y hormigón reforzado parecen más una fortaleza medieval que un almacén moderno. La puerta de la bóveda principal es un monstruo de acero de varias toneladas, diseñada para resistir explosivos, taladros, incendios y cualquier cosa que la imaginación humana pueda inventar. Bajo tierra, varias cámaras interiores dividen y protegen los lingotes, como muñecas rusas de seguridad.

Por fuera, la vigilancia es constante. Cámaras, sensores de movimiento, tecnología de monitoreo de última generación y patrullas armadas forman un escudo humano y electrónico. Si sumamos la presencia del ejército en la base que lo rodea, la ecuación es simple: ni soñar con acercarse sin permiso.

El acceso imposible

Fort Knox no es un museo ni mucho menos un lugar turístico. Entrar es un privilegio reservado a muy pocos: presidentes, congresistas, funcionarios del Tesoro. En toda su historia, las visitas externas se cuentan con los dedos de una mano. El aislamiento de la instalación es deliberado: está en medio del país, lejos de las costas, para evitar riesgos bélicos. Y aún hoy, solo un reducido número de auditores tiene acceso parcial para verificar el contenido de sus cámaras.

Para que no quede duda, puedes echar un vistazo en Google Maps: United States Bullion Depository, Fort Knox, KY. Si haces zoom, verás que está a apenas 56 kilómetros al sur de Louisville, y no muy lejos de Elizabethtown. Pero por mucho que mires el mapa, no encontrarás un cartel que diga “visitas guiadas”.

Entre mitos y conspiraciones

Tanto secretismo alimenta las dudas. Hay quienes sostienen que las bóvedas están vacías, que el oro fue vendido o empeñado en operaciones financieras ocultas. Incluso figuras públicas como Donald Trump o Elon Musk han pedido auditorías más transparentes. El Tesoro insiste: el oro está ahí, se audita regularmente y se preserva como parte del “deep storage” del país. Pero el halo de misterio sigue atrayendo teorías, porque lo inaccesible siempre fascina.

No todo el oro está en Kentucky

Aunque Fort Knox sea el símbolo, no es la única bóveda que custodia el oro estadounidense. También están las cámaras de West Point Mint en Nueva York y la Denver Mint en Colorado. En el mapa global, Estados Unidos es el mayor tenedor de oro del mundo, seguido por Alemania, Italia, Francia, Rusia y China.

Epílogo para el inversor curioso… y para el heredero responsable

Al final, lo importante de Fort Knox no es cuántos lingotes exactos se apilan tras sus muros, ni cuántos guardias vigilan sus pasillos. Lo que realmente importa es lo que representa: la confianza. En un mundo de mercados volátiles, deuda creciente y activos digitales que suben y bajan como montañas rusas, Fort Knox es la metáfora de la estabilidad. Es el recordatorio de que, detrás de todo el ruido, hay un valor físico, brillante y eterno que sigue respaldando a la mayor economía del planeta.

Y aunque nunca pongamos un pie en sus pasillos, cada vez que escuchamos hablar del oro, de reservas internacionales o de seguridad financiera, una parte de ese eco dorado proviene de las bóvedas silenciosas de Fort Knox.

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